1 jul 2010

Bestiario (cuento publicado en Soy tu monstruo, ilustradon por Patricio Oliver)




La reunión solía variar de lugar y al mismo tiempo era siempre en el mismo sitio: el lomo del kraken.
Por lo general las bestias que se reunían cada solsticio a deliberar sus asuntos solían sentarse por grupo zoomórfico, a fin de evitar las disputas, según lo establecido en el acta cuatrocientos veintiséis, correspondiente al año setecientos veintiocho de la era que se dio en denominar cristiana.
En el grupo de reptiles, serpientes en su mayoría, estaban: la anfisbena (serpiente de dos cabezas, reina de las hormigas que la mantienen; si la cortaban en dos partes, éstas se reagrupaban), el basilisco (a quien buscaban desde el desierto que él mismo se creaba y le vendaban los ojos pues era sabida por todos la virtud que heredara de su madre, Medusa ), la incombustible salamandra, y el dragón (con sus escamas negras resplandecientes, custodiando o no tesoros, exhalando o no fuego era la bestia más enigmática y buscada por los héroes que querían ser alguien).
El grupo de los mitológicos estaba integrado por: arpías (aves con rostros de damas y garras para arrebatar aquello con que saciar la palidez de su hambre), el cancerbero (con restos en las uñas de las almas que desgarraba en la entrada del averno y chorreando baba, por sus tres bocas, capaz de envenenar una selva) junto a su espejado T’ao-T’ieh, el centauro con su antítesis el minotauro, la esfinge egipcia (con cuerpo de león y cabeza de hombre) y la esfinge griega (con rostro y pechos de mujer, alas de ave y cuerpo de león) esgrimiendo entre sí los más intrincados acertijos, la desenterrada cabeza de la Hidra de Lerna (si tuviera su cuerpo formaría parte del grupo de las sierpes), el hidebehind (a quien ningún humano ha visto, con retazos de camisas de leñador yankee atados a la muñeca), la Quimera, las Sirenas (que apoyaban sus humanos torsos en el lomo del kraken y hundían sus escamas en el agua, cantando a coro las más bellas y bestiales canciones) y el unicornio.
El Ave Fénix encabezaba el grupo de las aves (refulgentes plumas doradas y carmesí que renacían de las llamas, San Ambrosio lo citó en cuanto a la resurrección de la carne), junto con el Roc (por su descomunal tamaño flotaba junto al kraken, mientras masticaba lo que quedaba de un elefante), Garuda (mezcla de ave y hombre en quien cabalgaba Vishnu, agitando sus cuatro brazos entre las nubes), el Grifo (con partes delanteras de águila y traseras de león, con sus garras acarreaba yuntas de bueyes a su nido) junto a su hijo el Hipogrifo, el Pelícano (no el que conocemos sino aquel del que escribiera Da Vinci, que para resucitar a sus hijos muere) y el Simurg.
Sin grupo se encontraba la mandrágora (la planta que grita al ser arrancada, volviendo loco a quien la oye y acarreando calamidades), y bajo el agua oía la Rémora.
Junto al kraken había una isla con sus selvas, montañas y grietas, pero todos sabían que se trataba del Zaratán.
Sin dudas faltaban muchos pero la reunión siempre empezaba en horario, no podían permitir dilaciones, menos suponiendo que algún nuevo héroe quisiera demostrarse al mundo, yendo en contra de alguno de los socios en algún lugar del mundo.
El inmortal Ave Fénix inició la reunión. La discusión tornó sobre la importancia de cada uno según la plasmación literaria humana. Algunos no hablaban porque sabían que no figuraban en la literatura, otros no hablaban porque sabían que su magnitud excedía las palabras.
Sin embargo la discusión se fue de las manos. Entonces llegaron el Behemoth que es uno y es plural, como bestia bíblica (y como tal con más poderío) y el Leviatán, uno en el lomo del otro, e intentaron ponerle fin. El desorden fue general y los reptiles y las aves se atacaron.
Un rayo cruzó el cielo. Jugaban con lo incomprensible.
Cuando el kraken empezó a hundirse entre las aguas, el pequeño mono, de pelos negros y sedosos, que hasta el momento estaba sentado cómodamente en el escritorio, con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas, se abalanzó sobre el tintero y bebió los resabios de su interior.
El Uroboros devoró el mundo de un bocado.

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