—…Y ahí la vi a la vieja de mierda esa, que me había hecho la vida imposible cuando trabajaba en el colegio. Seguía teniendo la misma joroba y aún caminaba como una tortuga…
El otro pregunta:
—¿Cómo se llama?
—Hmm… Tania. Pero no me acuerdo el apellido. Creo que era judío.
Entonces, desde el rincón oscuro, alguien grita:
—¡Hay que matarla y convertirla en jabones!
Los amigos se miran con rostros sorprendidos.
Ninguno alcanza a distinguir a Olga, la araña nazi, agazapada en la oscuridad.
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