22 dic 2010

Valeria Lynch contra los floggers (cuento del libro Sentido raro ilustrado por Miguel Vesco)



Cada viernes a la tarde es fija que en la esquina de Urquiza y San Martín, para molestia de los pobres próceres, se junten los floggers.
Un desfile de colores, que de pedo podría igualar un gay parade, se desata. Se reúnen en grupitos, y uno solo por vez baila entreverando los pies. Se llaman por los nombres del fotolog de cada uno: “Mirá, ahí está /controversiaexistencial08”. Mátenlos, por favor, mátenlos.
Una chica habla de sus ortodoncias nuevas que combinan con el color de sus chupines.
Otra chica (¿o es un chico? no sé) le dice a otro/a: “effeame”. ¿Wath?
—Carita ruborizada.
—Sos una boluda, arre.
Un parlante comienza a sonar a lo lejos, la música electrónica tapa un poco el bullicio, los floggers aprovechan el movimiento y a una velocidad imperceptible escriben sus direcciones de fotolog en las paredes del Club Social.
Bajo un árbol que da a la plaza dos chicos fuman. Uno le toca el culo al otro.
Sueño con el día en que caiga una lluvia de bombuchas en esta esquina de la peatonal.
De pronto comienza a sonar lo que ninguno de los que bailan al compás individual jamás oyó: Un montón de sueños que soñando están.
Se oye un canto en alta esfera. Los cielos se abren en una apocalíptica imagen que ni el Juicio Final de Miguel Ángel. Rodeada de ángeles, arcángeles y serafines, desciende de los cielos, cual virgen santísima e impoluta, Valeria Lynch.
Todos los floggers alzan las cabezas menos uno que, con el celular en un oído y la mano tapando el otro, sigue bailando. Un rayo lo fulmina. No hay gritos de horror. Nadie puede apartar la vista de la mujer que es una y es tres, que contiene todo lo que el vasto universo descuaderna, que es diminuta y es inmensa, que es todo lo sucedido y lo que vendrá.
Atormentada por amor, mujer dolor, pudo mas la fe y mi corazón cerró su herida despierta soledad, envuélveme, soy esa extraña dama que esta dispuesta a vencer.
En su mano la virgen lleva el sagrado corazón.
Mira a sus floggers con una mirada compasiva, llena de ternura. Pero la mirada desaparece y el odio la remplaza. De la nada aparece una maza con la que de un solo golpe arranca la cabeza de cuatro chicos de flequillo planchado. Todos intentan huir pero los ángeles impiden la estampida para que la Regia siga con su carnicería. Los floggers caen uno a uno, con cuerpos masacrados e irreconocibles. Las cuentas de los collares de plástico ruedan por la peatonal. Tres minutos después no queda nadie en pie. Y Valeria Lynch vuelve al cielo lentamente, desapareciendo hacia un punto infinito mientras un prístino agudo llena las nubes: Soy esa extraña dama, que está dispuesta a vencer.

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